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Blog 34. Trastornos de la conducta alimentaria ¿Y ahora qué?

Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) constituyen un conjunto de alteraciones relacionadas con la alimentación, la imagen corporal y la autopercepción. Estos trastornos de la conducta alimentaria, que han cobrado relevancia en las últimas décadas, se están volviendo cada vez más comunes, lo que genera una gran preocupación entre padres, madres y profesionales de la salud. Aunque pueden afectar a personas de todas las edades, su origen suele darse en la adolescencia, una etapa de la vida especialmente vulnerable debido a los múltiples cambios físicos, emocionales y sociales que ocurren en ella.

Durante la adolescencia, los jóvenes se enfrentan a una mayor vulnerabilidad social, ya que en este período el sentido de pertenencia y la aceptación por parte del grupo de iguales cobran gran importancia. En este contexto surgen comparaciones, comentarios y culpas que pueden afectar negativamente la autopercepción y dañar la autoestima. Además, en la era de las redes sociales, la situación se complica aún más, ya que los adolescentes están expuestos constantemente a imágenes de cuerpos considerados perfectos o inalcanzables.

Estas fotografías, en muchos casos retocadas con filtros o editadas para eliminar desperfectos, transmiten ideales irreales de belleza que influyen en la manera en que los jóvenes perciben sus propios cuerpos. Muchos adolescentes siguen a estos influencers y figuras públicas, creyendo que su apariencia física es un reflejo de éxito y felicidad, lo cual puede generar una gran presión y contribuir al desarrollo de trastornos de la conducta alimentaria.

Ante esta situación, es fundamental que padres y madres estén especialmente atentos y bien informados sobre los trastornos de la conducta alimentaria. La prevención comienza con el conocimiento y la sensibilización acerca de estos problemas, ya que estar preparados para identificarlos a tiempo puede marcar la diferencia en el bienestar de los hijos.

Aunque existen muchos tipos de trastornos de la conducta alimentaria, los que predominan en la adolescencia son la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa. Ambos trastornos distorsionan la imagen corporal de quienes los padecen, generando una preocupación excesiva por el peso y el miedo a ganar kilos, incluso cuando el peso corporal está muy por debajo de lo saludable. Estos problemas no surgen de la nada, sino que resultan de la interacción entre factores personales, familiares y socioculturales.

La anorexia nerviosa es uno de los trastornos de la conducta alimentaria caracterizado por la restricción extrema de la ingesta calórica, lo que lleva a una pérdida de peso significativa. Las personas que la padecen pueden seguir dietas muy estrictas o realizar ejercicio físico de manera excesiva con el objetivo de evitar el aumento de peso. A pesar de estar en un estado de desnutrición, la autopercepción sigue distorsionada, ya que la persona se sigue viendo con sobrepeso o fuera de forma.

Por otro lado, la bulimia nerviosa se relaciona principalmente con episodios de atracones, en los cuales la persona ingiere grandes cantidades de comida en un corto período de tiempo, acompañados de un sentimiento de pérdida de control. Después del atracón, surge un profundo sentimiento de culpa y vergüenza, lo que impulsa a realizar conductas compensatorias como el vómito autoinducido, el uso de laxantes, el ejercicio excesivo o el ayuno prolongado. Esta dinámica de restricción, atracón y compensación genera un círculo vicioso que puede resultar devastador para la salud física y mental.

Detectar estos trastornos de la conducta alimentaria a tiempo es fundamental para proporcionar el apoyo adecuado. Algunas señales de alarma que pueden indicar la presencia de un trastorno de la conducta alimentaria incluyen cambios significativos en los hábitos alimenticios, como limitar cantidades o evitar ciertos tipos de alimentos, especialmente aquellos considerados «calóricos». También es común observar un rechazo a comer en compañía, así como una obsesión por leer etiquetas y contar calorías. Además, pueden aparecer conductas inusuales en la mesa, como cortar la comida en trozos muy pequeños o moverla en el plato sin llegar a ingerirla.

Otras señales de alerta incluyen la autopercepción negativa, el uso de ropa holgada o de colores oscuros para ocultar el cuerpo, el ejercicio físico excesivo e incluso el consumo elevado de agua con el fin de sentirse lleno o de engañar a los demás sobre la cantidad de comida ingerida.

Si identificamos alguna de estas señales, lo más importante es actuar con sensibilidad y sin juzgar. La primera medida debe ser consultar con un profesional de la salud mental, quien podrá realizar una evaluación detallada y proporcionar la orientación adecuada. El tratamiento temprano y ajustado a cada individuo es fundamental para prevenir complicaciones graves y promover la recuperación. Además, involucrar a la familia en el proceso terapéutico puede ser clave para proporcionar un entorno de apoyo que favorezca la mejora del paciente y la prevención en posibles recaídas.

Finalmente, es esencial promover el desarrollo de una autoestima saludable y una percepción corporal positiva desde la infancia. Fomentar conversaciones abiertas en el hogar sobre la diversidad corporal, el respeto y la aceptación puede contribuir a reducir el impacto negativo de los estándares sociales de belleza. Asimismo, limitar la exposición a contenidos que promuevan cuerpos irreales en las redes sociales puede ser una estrategia útil para proteger el bienestar emocional de los adolescentes.

Otro aspecto fundamental es educar tanto a adolescentes como a adultos sobre la importancia de una alimentación equilibrada y la aceptación corporal. Implementar programas educativos en centros educativos que aborden estos temas desde una perspectiva empática y realista puede contribuir a prevenir trastornos de la conducta alimentaria desde temprana edad. Además, es vital que los medios de comunicación promuevan mensajes responsables, evitando perpetuar cánones estéticos dañinos.

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